Título original: First Blood
Editorial: Rowman & Littlefield
Año: 1972
Autor: David Morrell
Grado: A-
Reseña: Hugo C
Se llamaba Rambo y parecía ser un muchacho cualquiera que se había detenido junto al surtidor de una estación de servicio en los suburbios de Madison, Kentucky. Tenía una barba larga y tupida, el pelo le cubría las orejas y caía muy por debajo del cuello; estaba haciendo auto-stop a un automóvil que se había acercado al surtidor. Al verlo allí, descansando el peso del cuerpo sobre una cadera, con una botella de gaseosa en una mano y el saco de dormir enrollado en el suelo junto a sus botas, resultaba difícil imaginar que el martes, el día siguiente, estaría buscándole casi toda la policía del condado de Basalt. Y con más razón, nadie hubiera podido suponer que para el jueves estaría escapándose de la Guardia Nacional de Kentucky, de la policía de seis condados y de un buen número de civiles amantes de las armas de fuego.
A veces cuesta pensar que hubo un tiempo en el que no había Internet ni TV por cable y que lo que nos distraía eran esos ladrillos de papel barato que solían ser la moda de cada verano, los best-sellers: Tiburón, El Padrino, Love Story… y por supuesto, el libraco que da título a esta reseña. Uno se llevaba el volumen en la maleta, y a veces lo leía. A veces el libro volvía a casa intacto. Muchos de estos libros luego terminarían en la pantalla grande... o en la batea de usados.
A estas alturas ya no hay quisque que no haya visto la película, así que en esta reseña me limitaré a comentar una o dos diferencias entre el libro y su adaptación. First Blood se tradujo a 26 idiomas. Su edición en español se tituló Primera sangre, título que cambió a Acorralado tras el estreno de la película de 1982. Stephen King lo usó como libro de texto en la clase de escritura creativa que dictó en la Universidad de Maine. Cuando se publicó, Estados Unidos seguía empantanado en una de las peores conflagraciones de su historia, la guerra de Vietnam, que no sirvió sino para cosechar decenas de miles de muertos y mutilados de ambos bandos. En 1972 Morrell vendió los derechos cinematográficos a la Columbia, y ésta a su vez se los vendió a la Warner. Pasarían aún 10 años hasta que se comenzase la producción de la película, pero ésa es una historia que quedará para otro día.
Importante
Se advierte a los señores lectores que algunas escenas de esta reseña pueden resultar ofensivas al buen gusto. Aquellas personas de alta sensibilidad pueden hacer clic en este enlace. Muchas gracias.
La historia tiene lugar en Madison, Kentucky. Encontramos a Rambo –un veterano de Vietnam devenido en vagabundo– en la gasolinera local, en busca de algún motorista que lo lleve al siguiente pueblo, a cualquier pueblo, da lo mismo. Teasle, el comisario local, no quiere vagos ni mendigos en su pueblo así que lo hace subir a su coche patrulla y lo acompaña hasta las afueras de Madison. Ya le ha pasado lo mismo en más de una docena de lugares, pero esta vez Rambo decide no dejarse atropellar y se empecina en regresar y, en uno de los párrafos más estremecedores del libro, da cuenta de un par de hamburguesas y un vaso de gaseosa.
Una hamburguesa de mierda. Había pedido que le pusieran mucha cebolla y le habían puesto un solo trozo. La rebanada de tomate era fina y amarillenta. El pan era grasiento, la carne puro nervio de cerdo. Mientras masticaba con desgana, quitó la tapa del recipiente de plástico que contenía la gaseosa, hizo un buche y bebió. Tragó de golpe un bocado asqueroso y dulzón. Decidió que lo mejor sería repartir la bebida de modo que alcanzara para comer los dos sándwiches sin tener que sentirles el gusto.
Eventualmente Teasle –también él un veterano, pero de la guerra de Corea– se harta y lo encarcela por vagancia. Una vez en la comisaría, Rambo recibe un tratamiento aún más hostil y humillante, hasta que le salta la térmica y ataca a los policías que intentan afeitarlo. Destripa de un navajazo a uno de ellos y gana la calle. Y de aquí en más se convierte en el hombre más buscado del condado de Madison.
Carnaval de atrocidades
Ya desde el vamos podemos ver que la novela es más violenta y visceral que su adaptación al cine. No sólo hay más muertes –ya que los policías que en la película salen sin un rasguño o sólo resultan heridos, aquí son despachados implacablemente– sino que incluso hay una escena en la que Rambo no sólo no se lava las manos antes de comer sino que se emboca unas salchichas mojadas que saca del morral de un cadáver sin asegurarse de que hayan pasado por control bromatológico alguno.
Tajadas de carne. Un puñado de ellas. Comió casi sin mascar, tragando los bocados enteros, mordisqueando de nuevo. Salchichas, trozos de salchichas ahumadas, algo mojadas y aplastadas por el porrazo del hombre contra las rocas, pero era comida, mordía y tragaba rápidamente, luego se esforzó por hacerlo con más lentitud, pasándose el bocado de un lado de la boca a otro, hasta terminar con todo, comiendo hasta los últimos pedacitos y chupándose luego los dedos; y entonces lo único que le quedó fue un sabor a ahumado y un leve ardor en la lengua por el chile picante con que estaba condimentada la carne.
¿Y qué comida se han traído los policías?
-Sándwiches de huevo y jamón –contestó un agente, resoplando – y unos termos con café.
¡Puro colesterol! Y para rematar la cosa, Teasle fuma como un escuerzo, así que no es de extrañar que tanto él como Rambo terminen llegando en un estado lamentable a las páginas finales de la novela, para la última confrontación entre el veterano de Vietnam y el veterano de Corea, en medio de los escombros. Y atención, que llega la parte más interesante.
¿En serio? Tuvieron casi medio siglo para leer el libro, gente. En fin, allá vamos: el único que sale caminando por sus propios medios es Sam Trautman, el boina verde que había estado a cargo del pelotón de Rambo en Vietnam. Es él, y no Teasle, quien termina por volarle la tapa de los sesos al protagonista de esta simpática historia.
Que en paz descanse
¡Epa! ¿De qué estás hablando, Willis? –dirá el amable lector mirando fijamente
a la pantalla–. ¡Si en la segunda película Rambo se va de paseo a Vietnam y se trae a unos prisioneros de guerra de recuerdo! ¡Y en la tercera viaja a Afganistán y en la cuarta se carga a un montón de norcoreanos! En la quinta creo que se va a México a comprar unos alfajores, o algo así...
Pues no, en la novela Rambo muere a manos de Trautman. ¿Y cómo termina Teasle?
Trautman tiró el cartucho vacío y Teasle se quedó mirando la amplia curva que hizo al caer.
Pensó otra vez en Anna, pero seguía sin interesarle. Pensó en su casa, en las montañas y en los gatos que vivían en ella, pero tampoco le interesó. Pensó en el muchacho y se sintió lleno de amor por él, y justo un segundo antes que el cartucho vacío terminara su caída, se relajó, se entregó pacíficamente.
Y murió.
Aún sabiendo cómo termina, First Blood es una novela muy entretenida, de esas que se leen y releen de un tirón y sin darse cuenta. Y no es una lectura sin beneficio: más allá de la violencia sin sentido, sus páginas contienen un profundo alegato contra la comida chatarra. No todo es Sartre y Kierkegaard en la vida, amigos. Cada tanto hace bien leer algo más entretenido, como por ejemplo, Platero y yo, Memorias de una princesa rusa o el libro que les acabo de reseñar. Y cuidado, que Rambo no será pequeño, peludo y suave pero tampoco es un borrico. Por otra parte, no basta con tener una buena historia entre manos, sino que además hay que contarla bien. First Blood es una historia sencilla, sangrienta y bien contada que soporta casi cualquier traducción (e incluso un poco de cachondeo) y merece ser leída.
¡Epa! No se me vayan aún. Cual si fuese un chocolatín Jack o un chupetín Topolín, esta reseña viene con un regalito. Ahora sí, nos vemos en la próxima.
First Blood (EPUB)